
Pienso que a través de la conversación uno puede alcanzar estados de aprendizaje de forma amena. Con el pasar del tiempo y después de desechar estigmas y refranes innecesarios, que generalmente me predisponían, pude darme cuenta del valor de la conversación más allá del manejo de la información.
Divido en dos áreas la estructura conversacional: 1. lo que se habla (tema) y 2. cómo se habla (actitud). El tema a mi parecer es lo menos importante -como tal- porque siempre existirá y podrá derivarse hacia otros tópicos. De algo se tiene que hablar. Es como cuando vamos a coser y no encontramos el extremo del hilo en el carrete, ¿qué hacemos?, cortamos una parte para poder hacer un inicio y enhebramos la aguja.
El cómo se habla está compuesto de muchos factores que pueden ser: sinceridad, respeto, sensatez, originalidad, amenidad, interés, participación, humildad, exploración, tolerancia, etc. Es en esta parte de la estructura en donde logramos aprender, compartir, enriquecer y disfrutamos la acción.
Un tema puede parecer de lo más insignificante pero con el manejo de la actitud se puede lograr un cambio de estado y niveles de crecimiento y edificación positiva. Con esto me refiero a sentir la necesidad de acción sea aditiva o sustractiva en la vida.
Las conversaciones permiten apreciar el tiempo y el encuentro y de ellas también surgen las interiores unipersonales, la reflexión. (Y la risa a solas que hace que nos llamen locos).
Conversar va más allá de hablar y de mover información de ida y vuelta. El conversar lleva consigo humanidad y herencia.
Cualquier lugar es un buen escenario, aprendamos y beneficiémonos de este valioso recurso.
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