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Hermano del alma

¡Los cuento y me sobran dedos en una mano! Eso escucho decir sobre los amigos… son escasos. Pero, ¿cuál es el requisito para ser amigo? ¿Fidelidad, presencia, frecuencia, compartir secretos, consejería, prestar plata, soportarse, afinidad? —No sé—.

Parece que es muy bien visto repetir sentencias hermosas sobre lo que debe ser la amistad. Esas las podemos escuchar en los concursos de belleza o en las revistas matutinas de la televisión, pero entre lo que debe ser y lo que es hay un espacio que se llena solamente cuando “soy”.

Desde mi punto de vista hay dos períodos que resaltan en la adquisición de amigos. Uno es en la niñez, cuando la emoción priva sobre la razón y el otro, cuando siendo adultos la razón confía en la emoción. He podido comprobar que en ambos casos surge un código secreto de conducta, tan secreto que no se enumera ni se expresa, sólo se usa. Y si por alguna razón, en algún momento, una o ambas partes sintieran que algo los afecta o incomoda siempre habrá una puerta infaltable: la comunicación sincera y humilde. Sólo tendrán llave de esa puerta aquellos que construyeron bien, otros sólo verán una puerta cerrada o quizá ni la tengan.

Con el tiempo he comprendido que para ser o tener amigos no hay que poner tantas trabas. Es como enamorarse (guardando la diferencia), simplemente se da. Cada quien sabrá qué tiene y qué busca, de esta manera se cumple una máxima que decía mi abuela “cuando dos culos se conocen, desde lejos se saludan”.

jairo llauradó

febrero 2011

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