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Tengo un amigo que anda por los 42 años de edad. Me comentaba, con algo de vergüenza, pero más sinceridad, que su enfoque hacia el sexo opuesto es bastante diferente en relación a pocos años atrás. Decía que la mayor parte del tiempo y de sus pensamientos se quedan anidados entre los pechos de las mujeres que ve en la calle. Esto en principio no da mayor asombro, lo que sí es interesante es que su imaginación, según me confiesa, se ha vuelto cada vez más fértil en montar escenas que van de categoría doble equis hasta las más descarriadas de la pornografía danesa o sueca.

El pobre admite las incomodidades que ha pasado cuando se queda ido con cara de enfermo y su interlocutora visiblemente molesta se acomoda el escote. O en otros casos no ha podido levantarse de la silla terminada una reunión, porque la templanza de sus pensamientos ha llegado hasta su bragueta, o al participar en el tema tratado dice, son los pezones, al querer referirse a los pistones.

Muy a pesar de todo dice que este cambio en su vida lo acepta tal cual y que lo único que le preocupa es que leyó en una revista que un gran porcentaje de hombres al llegar a los 50 y después de ser empedernidos mujeriegos comienzan a experimentar deseos de explorar la sexualidad, pero en su mismo género.

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