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La caja tonta y los tontos

Parece que los productores de series y telenovelas se quedaron sin imaginación y simplemente donde uno arranca, los demás siguen. Por lo que veo les es más fácil hacer como en el ciclismo, que el puntero rompa la brisa y sostenga la presión psicológica, mientras el pelotón atrás pedalea hasta cuando alguno quiera despuntar. Lo triste de esto es que nuestros canales de televisión, por las razones que ellos mismos crearon, siguen ofreciendo a la audiencia producciones viciadas de violencia y antivalores que cada vez fragmentan, dañan y corrompen a la juventud y entorpecen las iniciativas que otros grupos con menos recursos intentan realizar por el mejoramiento de nuestra sociedad panameña.

Resulta que el domingo en la noche, a eso de las siete, interrumpen la programación, entre comillas juvenil, para dar paso a una entrevista desde nuestro aeropuerto, con una de las actrices de una novela que narra las peripecias de los narcotraficantes y líderes mafiosos en Colombia. De esta manera aparentemente casual, el medio televisivo se asegura de que esta información llegue a un público receptor, que por consumo, a esa hora debe ser netamente familiar. Así, logran rematar la expectativa para que al día siguiente no se pierdan el lanzamiento de la novela que llevan días anunciando.

En sí la telenovela lo que exalta e idealiza es a quienes se dedican al narcotráfico. A personas que han decidido hacer dinero traficando sustancias ilícitas que afectan física, psicológica y espiritualmente al ser humano, a su núcleo familiar, a la sociedad y al país. En otras palabras, con sustancias que degeneran la dignidad del individuo. En sus ansias de poder material, estos traficantes se valen de cuanto necesiten para lograr aumentar sus riquezas. Ejercen la intimidación, la corrupción, y se conducen con una ley básica que es la pena de muerte a todo lo que consideren sospechoso y opuesto a sus intereses. Para asegurar sus vidas invierten grandes cantidades de dinero en armas, guardaespaldas, sicarios, tecnología especializada, infiltrados en el gobierno, informantes, y no tienen escrúpulos por enrolar desde niños hasta ancianos en sus planillas. Al final lo que les interesa en su desmedido egoísmo son dos cosas: mantenerse vivos y ser cada vez más poderosos en su mundo.

Ahora resulta que nuestros canales de televisión promueven estos antivalores, y se excusan diciendo que “así es el mundo”, que son realidades que no se pueden esconder y que simplemente ellos muestran estas realidades. La política de las televisoras es vender espacios de anuncio en su programación. Así, quienes compran estos espacios se sienten bien porque tienen una audiencia mayor (según los estudios de rating por horario que los canales han hecho), y aumentan las posibilidades de que se consuma más el jabón o la venta de artículos anunciados en el momento en que más gente vé la televisión.

Lo curioso es que el programa anterior a la novela es el noticiero. Allí muestran decapitados reales, raptos reales, muertes reales, inocentes heridos, víctimas del pandillerismo, comunidades permanentemente amenazadas, gente cansada de vivir con miedo. Esta gente no usa maquillaje, no repiten las escenas ni se practican diálogos, no tienen especialistas en vestuario, iluminación o fotografía. Son gente que no firman autógrafos, que no los entrevistan en la calle como a los actores y actrices de cuerpos moldeados, gente que viaja en bus y fían el desayuno. Esa realidad es la que llena las estadísticas de violencia, de madres menores de edad, de delincuencia juvenil, de violencia familiar; de esa realidad que asusta y te hace quedar en casa, atrapado cada vez más.

¡Qué cosas tan interesantemente absurdas ocurren! Qué estúpido me parece que necesiten mostrar una “realidad maquillada” cuando ya la conocemos fuera de los sets de televisión. ¿Para qué necesitamos que sigan recalcando los antivalores? ¿No tenemos ya suficiente? Y mientras tanto, se fortalece el círculo vicioso de jóvenes que aspiran a ser grandes malandros, tipos que con solo mencionar su nombre infundan miedo y servilismo, jóvenes que aspiren a tener en sus camas a cuanta mujer deseen y en las tumbas a cuanto enemigo tengan, jóvenes que desean mucho dinero a costa de lo que sea, aunque comprometan la vida de inocentes como garantía de sus incontenibles ambiciones.

Resulta que se me hace complicado entender después de todo, que estos mismos canales de televisión pretendan alzarse con banderas de victoria cuando patrocinan alguna actividad cultural, o cuando un buen día quieren jactarse de ser impulsores de valores cívicos y morales.

Yo, cambio el canal y que se vayan a la mierda. Afortunadamente no todos son iguales.


Llauradó, Enero 2010

Comments

Anonymous said…
Eso, Jairo, estamos en nuestro derecho de cambiar el canal y que los hijos de puta del sistema aberrante que vivimos se vayan a comer mierda, a la cubana y a la panameña, es decir, de verdad.

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