Mariposas
Nuevamente encuentro en el aire el susurro de tus dedos,
la tentación de decirme algo, en silencio, como si nada pasara.
Antes que llegaras una voz te anunció. -Aprendiste a hacerlo-.
¿Por qué te represas junto a las lágrimas? ¿Acaso crees que te hará fuerte un grito en el vacío?
Ya viniste, y sola. Ahora sabes la belleza de encontrarte, porque tus palabras son para tí, y yo, la excusa para escucharte, descubrirte.
Mira, llegan las mariposas, parecen erráticas, pero esos signos que dibujan, caracoles de aire, ya estaban trazados antes de que existiéramos.
Nada hay en sus aleteos que tú no sepas.
Pronto volarán sobre tus mares, consolándolos en una calma necesaria, primitiva. Tú serás diosa de los vientos, y yo el azul que tiñe el mar y pinta el cielo, sin poder desunirlo, porque nos contenemos, porque viendo a uno, ves al otro.
Nada podrán hacer los extraños, ni la bestia. No entienden. Su ignorancia es un árbol seco, guarida de nadie, escondite de sus inalcanzables deseos.
Así me lo contó el susurro de tus dedos, tu intención, como segundos anticipados al minuto de tu voz. Develaste la placa que habías vaciado en la matriz de la traición, quizá sin intención, pero poco a poco, con silencio y astucia me llevaste a creer en ti. Ahora los ojos del pasado te orillan, te piden que digas tus secretos, porque ellos necesitan descansar.
Fue así que sucedió. La luz llegó primero, aclarando las pupilas y después el sonido con sus entonaciones, tratando de materializar los hechos pretéritos, como si fueran evidencias atenuantes, como si fueran.
Comprendo ahora que a ratos fuiste cómplice de tus cómplices. En tanto las mariposas leían sobre los tallos maltratados tus extranjerías, tus justificaciones con sabor a centavo y a cántico de pampa.
jairo llauradó
enero / abril, 2009
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